Estas obras construidas por el hombre ya gozan de fama mundial y se han convertido en paradas obligatorias para los turistas de todo el planeta, cada una con su propio –y único- estilo:
Taj Mahal (India): según cuenta la leyenda, tras la muerte de su mujer, con la que había estado felizmente casado durante 19 años, el emperador Shah Jahan decidió rendirle un merecido homenaje y levantó este imponente palacio de puro mármol blanco que requirió treinta años de trabajo y el esfuerzo de más de veinte mil personas; de acuerdo a las crónicas de la época, el gobernante escogió para decorar el sitio joyas traídas de todo el mundo (incluyendo países tan lejanos como China, Ceilán, Rusia y Persia) y, para que nadie pudiera imitar el diseño, mandó a asesinar a los arquitectos encargados de planificar la obra.
Aunque normalmente se considera que el Taj Mahal es un solo edificio, en realidad es un inmenso recinto rodeado por una altísima muralla que cuenta con una imponente puerta que permite acceder al gigantesco
patio de trescientos metros en cuyo centro se encuentra un estanque de mármol puro cuya función es crear un efecto visual impresionante, reflejando los edificios del lugar como si fuera un espejo.
Torre Eiffel (Francia): aunque poca gente lo sabe, el símbolo más conocido de Francia fue diseñado con un fin concreto: atraer más visitantes a la Exposición Universal que se realizó en París en 1889, sin
embargo, el inmenso éxito de la gigantesca estructura de metal convenció al gobierno de su atractivo turístico  y decidieron dejarla allí para siempre.
Tan fuerte fue su presencia para la cultura popular que, ante el avance del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, los militares franceses decidieron volar el monumento pero no encontraron a ningún
soldado que aceptara cumplir la orden; setenta años después, Eiffel convoca a millones de turistas generando ganancias realmente enormes (un estudio reciente confirmó que es el monumento más valioso de Europa, recaudando 500.000 millones de dólares al año, seguido por el Coliseo Romano y la Sagrada Familia de Barcelona).
Las razones de tanta popularidad son simples: es una estructura realmente imponente de 10.000 toneladas de hierro que se elevan trescientos metros y, durante la noche, son iluminadas por veinte mil
bombillas, creando un efecto visual realmente único.
Para acceder a la torre se puede usar el tradicional ascensor o tomar las escaleras pero esta opción tiene dos problemas: consta de más de mil seiscientos escalones y solo permite llegar a las dos primeras plantas de la construcción, sin acceder a la cima.
Burj Al Arab (Dubái): este imponente hotel con forma de vela de barco, el único con siete estrellas en todo el mundo, ofrece trescientos veinte metros a puro lujo que se dividen en veintisiete pisos donde
es posible disfrutar doscientas suites que van de los 150 a los 800 metros cuadrados.
La decoración es realmente exquisita al combinar terciopelo, mármol, oro y plata en intrincados diseños que pueden verse a lo largo de las paredes, el techo y los pisos del lugar.
Burj Al Arab cuenta con una exquisita playa privada, un helipuerto donde, años atrás, disputaron un apasionante partido los dos mejores jugadores de tenis del mundo, Roger Federer y André Agassi, y nueve restaurantes, incluyendo uno, situado bajo el mar, a través de cuyas ventanas de vidrio blindado se puede contemplar el océano mientras se come; y otro, a más de doscientos metros de altura, que brinda una visión única de la ciudad de Dubái.

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