La historia de esta particular construcción empezó en 1930, cuando poco después de hacerse con el poder total en Rusia, Stalin decidió construir un verdadero museo bajo tierra que fuera accesible al pueblo y envió a un grupo de especialistas a París, Londres y Berlín con un objetivo claro: estudiar y entender cómo funcionaban sus trenes subterráneos.
En apenas cinco años, el trabajo fue terminado y la inauguración, que contó con la presencia de las figuras más altas del gobierno, se realizó el 15 de mayo de 1935, convirtiéndose, desde entonces, en el metro más visitado de todo el mundo.
Cada día, casi diez millones de pasajeros usan este servicio y una gran parte de ellos son turistas que visitan la capital de Rusia con un solo objetivo: realizar un recorrido que no encontrarán en ningún otro sitio del planeta.
Cada una de las estaciones cuenta con un estilo diferente, lo que permite disfrutar desde el tradicional (y desabrido) realismo soviético hasta las innovaciones formales impuestas por el futurismo.
Las paradas obligatorias son:
Ploshchad Revolutsii: su traducción literal es “La plaza roja” y, obviamente, es un homenaje a la revolución que permitió llegar a los comunistas al poder tras derrocar al zar Nicolás II; cuenta con más de setenta estatuas en tamaño natural realizadas en bronce que muestran a soldados, campesinos e ingenieros posando de cara a la posteridad.
Belorusskaya: su objetivo es describir la esforzada vida de los ciudadanos bielorrusos a través de una serie de pinturas realizadas sobre mármol; por este trabajo los artistas recibieron el galardón más importante otorgado, en su momento, por la Unión Soviética: el premio Stalin (también lo recibió Pablo Neruda por sus poemas épicos a favor de la revolución y contra el capitalismo).
Kíevskaia: según la leyenda, esta era la estación favorita de Nikita Kruschov, el líder encargado de guiar a su pueblo tras la muerte de Stalin; aquí se cuenta la conflictiva relación que siempre unió a Rusia y Ucrania en una serie de mosaicos dispuestos en el techo.
Novoslobodskaya: esta terminal también rinde homenaje al pueblo soviético con una impresionante serie de vitrales en un estilo muy similar al que se usa, desde hace siglos, en la Iglesia Católica para representar a sus mártires, solo que aquí quienes aparecen no son sacerdotes ni santos sino soldados, ingenieros, maestros y artistas.
Maiakóvskaia: esta terminal lleva el nombre de uno de los grandes poetas rusos, el genial Vladimir Mayakovksi, pero el supuesto homenaje es, en realidad, una muestra de la mentalidad manipuladora de Stalin, quien primero obligó al artista a suicidarse y luego montó este inmenso monumento en su honor.
Komsomolskaya: es la estación más imponente del subterráneo y el objetivo de gastar tanto dinero, tiempo y esfuerzo en un solo lugar tuvo un fin político muy específico: que cada extranjero que visitara la ciudad quedara impresionado por la voluntad y el poder del nuevo gobierno soviético; paradójicamente, el ambiente y el nivel de atención al detalle hace recordar a los antiguos salones donde brillaba el zar junto a toda su corte.
En el 2010, para festejar sus primeros setenta y cinco años de vida, se inauguró una nueva estación con el nombre de Dostoievski, donde es posible contemplar las escenas de las novelas más famosas del reconocido escritor, incluyendo “Crimen y castigo”, “El Idiota” y “Los hermanos Karamazov”.
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